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“Informe lejía” o ¿cómo entrar en la casa del actor?

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Lo bonito del teatro no es el escenario. No son los telones, ni las patas. No son las grandes escenografías o aspectos técnicos descomunales. Lo bonito es el alma. Esa alma puede notarse en todos esos elementos, sin duda, pero mucho más en la gente que lo hace posible. En el actor que vemos modificarse frente a nosotros o en el director que no vemos pero cuyo esfuerzo vemos claramente en una escena. Ese el alma teatral.

El preludio romántico tiene una razón de ser. En vista de las incesantes iniciativas de artes escénicas online, en El-Teatro nos hemos aventurado a ver Informe lejía, un texto de Jonathan Bieber, que ha sido presentado de manera virtual por Zoom por el Teatro de la Abadía. Un montaje escénico digno y sencillo que nos ha hecho preguntarnos fuertemente ¿qué se necesita para hacer teatro?

En la obra, una creación de Luis Bermejo y Pablo Rosal, lo primero que se ven son unas sábanas que se mueven. Una cama que estrechan unas paredes. Estamos en la habitación del personaje, pero también la del actor. Vemos a Bermejo -quien también protagoniza- moverse bajo las ondas de la tela de forma erótica. Por un momento, se puede pensar en cualquier video de porno amateur o casero.

El hombre, cuyo nombre desconocemos, sale de las sábanas con un vestuario que ha obtenido del closet del actor. Una franela blanca y unos boxers. Despeinado, mira a la cámara, la toma, la mueve, le habla a un espectador -a nosotros- detrás de su pantalla, que tiene forma de mujer. En seguida nos volvemos el oyente, el receptor, la mujer. No hay voz que se escape y que vaya hacia otro canal.

Estamos conectados, porque así lo hemos decidido -clickeado-, a Bermejo.

“Muérdeme, mírame esta comisura”. El hombre acerca la cámara a su cuerpo y el espectador se mueve. El espectador se mueve con el intérprete. De pronto, nos dirijimos a donde el actor lo desea, gracias al movimiento del teléfono móvil que sujeta. ¿Un teatro inmersivo? ¿Realidad virtual?

En el escenario teatral, desde la butaca, no nos movemos. Permanecemos expectantes ante las posibilidades que nos han preparado los actores. En este nuevo teatro que nos presenta Informe lejía sucede igual, pero de un modo diferente. Es posible que algunos espectadores/usuarios estuviesen comiendo o bebiendo algo, al tiempo que el actor representaba una historia de la que formamos parte.

Se puede hablar sin duda de que lo visto fue teatro. Una forma escénica que sucedía en múltiples partes del mundo a la vez, en la que la mujer, el personaje 2, estaba en distintas casas, sintiendo cosas diferentes frente al texto de Bieber.

“Vamos a hacernos un selfie. Captúrame”, exclama el actor.

“Quiero que me veas cagar”, se escucha en la pantalla. El intérprete se sienta en el váter y posiciona la cámara en un lugar estratégico para no verlo. Cuando se dirige a la cocina o a la sala sucede igual. Todo está ensayado y preparado.

Lo más interesante, quizás, más allá de la técnica visual -prácticamente inexistente- es la mirada hacia el mundo que vivimos actualmente, en una parodia o reflexión. El distanciamiento social que se ve reflejado en la soledad del personaje; el llamado de atención de un espectador que no se ve -somos nosotros-; la vida en confinamiento; la necesidad de hacerlo todo y de llenar los vacíos con comida, desperdicios o virtualidad. Todos estos son asuntos que presionan al ser humano de hoy en día en una sociedad cada vez más digital.

Por eso, oímos al actor/personaje hacer lo que hace en su propia casa: “Mira como todo queda, todo es mágico”, dice cuando baja la palanca del váter. Asoma la cámara y vemos el agua desaparecer en círculos.

Informe lejía

También existe en el montaje una ironía del aplauso vecinal de las 20:00 horas; o de esa reunión en los balcones, la charla forzada y trivial de dos minutos que mantienen algunos a la hora permitida por las autoridades.

“Por aquí me comunico con los vecinos, por el desagüe. Porque es importante la comunicación”.

¿Pagará el público por ver(se a sí mismo) este teatro? ¿Por abrir la ventana del vecino actor y escuchar la nueva realidad? ¿Por distraerse de la pandemia con verdadero teatro confinado?

“Seamos alfombra. Por qué no podemos ser tú y yo alfombra por un rato?”.

La sensación en Informe lejía es de angustia. El espectador no sabe si aparecerá la mujer en cualquier momento. Si el hombre ha alucinado su conversación con esta mujer o si, como oyentes, deberíamos activar el micrófono de la aplicación y decirle algo. En ocasiones, es desesperante.

Y, lo peor de todo, es que no sabes cómo quieres que termine el protagonista. No sabes qué quieres que pase porque el guion es infinito. No sabes hacia donde se dirige él, ni tú. Solo sabemos que el hombre se siente solo. Aunque estemos allí.

Al finalizar Informe lejía, se abren los micrófonos y todos aplaudimos. Es digno de destacar la belleza y respeto con los que el Teatro de la Abadía mantiene estas funciones por un precio de 5 euros, que son donados al proyecto de investigación científica #YoMeCorono.

“Esto es Sin asunto. Esto es nuestra cita presencial. Tengo lejía“.

Informe lejía

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