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La función social del artista: Hablan los ganadores del Premio Ettedgui II

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¿Crees que los profesionales de la escena venezolana, a 30 años del fallecimiento de Ettedgui, tengan que poner en práctica parte de la filosofía de este artista?

MW: La verdad de Ettedgui me sorprendió  sobre todo su capacidad para desarrollar tantos proyectos a su corta edad. Sobre su filosofía conozco poco pero su impulso, que parecía imparable, sin duda debería ser algo a lo que los artistas deberíamos apostar. No me imagino lo que puede significar en este momento desarrollar un proyecto teatral en Venezuela, pero espero que un poco de ese espíritu esté ayudando a tantísima gente talentosa y trabajadora que sigue haciendo realidad sus proyectos artísticos.

EP: ¡Por supuesto que no! “Tener que” es lo mismo que “obligación” y el arte es ejercicio de libertad. Supongo que si se da el caso de que alguien tenga empatía o coincida con la manera de Ettedgui de mirar el mundo y de hacer en el arte dramático ¡fantástico! que las ponga en práctica, revise ideas y propuestas, practique, experimente con ellas. Pero me parece poco probable que suceda. Cada creador tiene su imaginario, sus fantasmas, sus necesidades, su mirada, su dialéctica con la sociedad. El momento que le toca vivir, sus dinámicas interiores. Su capacidad de entrega y riesgo y hasta sus receptores implícitos. Es a ello, al juego, a las pesquisas y hallazgos de su discurso a lo que quizás deba atender a la hora de materializarlo en un texto o en un hecho escénico.

KH: Muchos la tienen sin conocerlo o sin saberlo. La investigación, la seriedad, la innovación. Son herencias que nos deja cualquier artista y que muchos seguimos cultivando.

ME: Pienso que Marco Antonio Ettedgui con su corta edad fue un joven de teatro, entregado a la actuación, a dar clases, a escribir. Lo imagino con una gran pasión por lo que amaba. Creo que esa es la filosofía de este joven que lamentablemente vivió poco para seguir haciéndolo.

HM: No lo sé. Hace mucho que no vivo en Venezuela y no sé, sinceramente cómo se ha transformado el teatro venezolano. Sería injusto y arriesgado emitir una opinión al respecto. Pero creo que Marco Antonio marcó un momento importante, que el teatro tiene que evolucionar y adaptarse al momento en que se vive. Si en estos momentos su filosofía sirve para decir cosas en escena, pues me parece perfecto que alguien la rescate y la haga conocer. 

¿Tienes algún proyecto en el que estés trabajando actualmente, del que te sientas orgulloso?

MW: Soy mamá, creo que es mi proyecto artístico más emocionante y difícil hasta la fecha. Con el teatro y la interpretación espero poder reencontrarme pronto. Hoy hace un año que no encarno ningún personaje y eso aterra.

EP: El proyecto de vivir y de procurar hacerlo de la mejor manera posible, yendo más allá de la “sobrevivencia”. Es lo que más me ocupa ahora. Cualquier mínimo logro al respecto me produce, si no orgullo, honda satisfacción y alegría. Y como en la mayor parte de mi vida el teatro está presente, sea como espectador o como hacedor. Entre otras cosas porque uno de los sentidos que ha tenido el teatro para mí es haber sido vehículo para el autoconocimiento y el diálogo con los otros.

Si hay algo concreto que podría contar y que me entusiasma en este momento, más tiene que ver con la creación de otro que con la mía, aunque por supuesto estoy implicado: se trata del seguimiento que he dado al proceso de escritura de un texto teatral surgido de un taller bajo mi coordinación, auspiciado por la Sociedad de Autores de España (SGAE). Una pieza escrita por un interno que lleva diecinueve años cumpliendo condena en un Centro Penitenciario. Es un trabajo acerca del concepto de libertad, de los caminos, las elecciones, decisiones y relatividades esenciales. Todo un testimonio hecho con mucha honestidad, que ha titulado Semillas de piedra, cosechas de vida. Estoy tratando de promover su publicación o montaje.

También, por supuesto, debo mencionar las puestas en escena de mis textos en diversas partes de Venezuela, sobre todo, y el entusiasmo de nuevas generaciones. Me produce una sorpresa que no deja de sobrecogerme y producirme vértigo: que algo escrito hace veinte años pueda dialogar o encontrar puntos de conexión con personas que eran bebés o no habían nacido en ese momento y producir nuevas lecturas es un privilegio que no había imaginado, un regalo más del teatro y de la vida.

KH: Todos los días amanezco con proyectos nuevos. Muchos se cristalizan y otros no me alcanzará la vida para tenerlos. Trato de llevarlos a cabo, todos. Me concentro en los que apuntan a su realización. Los otros los impulso en la medida de lo posible. Mi mejor proyecto es CICA y el centro cultural Santa Fe. Los otros los comento cuando ya se vayan dando. He aprendido a callar mis logros y que ellos hablen por sí solos cuando salgan a la luz pública.

ME: Tengo algunas reposiciones de obras de teatro que espero que podamos realizarlas este año como Terror, La Foto, Los Hombros de América. Son obras que aunque las haya hecho muchas veces siempre le descubro algo nuevo y mejoro. Y sí,  tengo un proyecto en mi cabeza que quisiera realizar, espero tener el suficiente empuje y pasión para lograrlo.

HM: Trabajo en la dirección de un monólogo escrito por un querido e importante dramaturgo y director italiano. El actor es un colega uruguayo-venezolano-español. No puedo decir más.

¿Cuál crees que sea el rol del trabajador cultural en la reconstrucción del aparato social en Venezuela?

MW: Creo que es un rol esencial, como lo es cada uno de los venezolanos. En un momento en que hasta lo más primario nos ha sido negado, debemos seguir creyendo en la belleza, no como algo superfluo, si no necesario. Si quieres ver un país limpio empieza a barrer el portal de tu casa. La reconstrucción necesita eso, mirarnos por dentro y preguntarnos qué puedo yo hacer por mi país, esté donde esté. En este capítulo oscuro de nuestra historia han surgido proyectos artísticos alucinantes, y se escribirán muchas páginas para que nunca olvidemos lo que sucede cuando permitimos que nos separen y nos etiqueten.

EP: Hacer su trabajo. Seguir su vocación con entusiasmo, perseverancia, rigor, ética y coherencia. Ser un ciudadano ejemplar, creativo y lúdico. Eso es muchísimo.

KH: Esperar que esa reconstrucción que hablas comience. Lograr que las empresas se vuelvan a recuperar para poder ir al mercado a buscar financiamientos empresariales y gubernamentales. Por lo pronto, hacer lo que muchos hacemos, autogestión.

ME: Un país lo hacemos todos. Pienso que el trabajador cultural tiene la posibilidad de expresar de diversas maneras sus angustias, alegrías, sus triunfos, la injusticia cualquier cosa que mueva y estremezca al público directa e indirectamente. El arte es el desahogo del alma, de la vida.

HM: Importantísima. Tendrá una responsabilidad inmensa en la reconstrucción de todo el país, en la reconciliación con el arte, con la universalidad del arte, con la sensibilización de la sociedad y de volver a poner el nombre y la cara de Venezuela en el mundo de forma positiva.

¿Le ves utilidad al teatro? ¿De qué manera?

MW: Claro que sí, el teatro es un espejo donde alguien siempre encuentra su reflejo. Y mirarnos a nosotros mismos es una revelación para cambiar, para continuar, para espantarnos o para enamorarnos. El teatro grita en el más profundo silencio de una sala y te obliga a escuchar ese grito sin excusas. Y si te afecta, es aún más poderoso porque entonces habla de ti. Imaginemos por un momento el poder de ese mensaje y todo lo que podríamos conseguir si insistimos en que se escuche. Hay que insistir en el teatro, sin lugar a dudas.

EP: Me tomo la licencia de saltarme la pregunta.

KH: Desde donde lo mires tiene utilidad: comunicación, creatividad, imaginación, disciplina, formalidad, compromiso social, entre muchas más. La utilidad es la que mejor tú puedas otorgarle a esa bella palabra.

ME: Para mí el teatro es humanidad. Y si con mi arte yo llego a varios y produzco un cambio entonces hice bien mi trabajo.

HM: Toda. Es tan extensa la respuesta a esa pregunta. Sólo te diré que es útil para hacernos mejores seres humanos, a los que estamos sobre el escenario y a los que vamos a ver teatro.

¿Cuáles serían tus palabras para quien quiere hacer teatro en Venezuela?

MW: No dejes que la palabra “no” se instale y te acobarde. Te la dirán mil veces. Tú sigue insistiendo que algún día alguien te dirá que “sí”. También lo alentaría a estudiar con muchos maestros, a probar distintas técnicas y a entender que aunque nos encante pensar que somos la única verdad, no hay nada más equivocado que eso.

EP: “¡Date con furia!” (Risas).

KH: Lo felicito por lo arriesgado que es. Lo admiro porque sé que tendrá que trabajar duro. Lo que le solicito es que lo haga bien y de a la sociedad un producto de calidad.

ME: Lo animaría a que luche por lo que quiere.

HM: Cada vez que sé que alguien quiere hacer teatro lo animo para que estudie, para que se forme, para que vaya al teatro a menudo y para que siga su sueño. El teatro es maravilloso. Yo nunca hubiese sido tan feliz sin el teatro.

¿Qué se siente ser una de las tres únicas mujeres (de 24 premios entregados a lo largo de 30 años) en recibir el MAE? Si eres hombre, ¿qué piensas de esto?

MW: La verdad no le di importancia a eso en el momento en el que lo gané, nunca sentí que tuviese menos oportunidades laborales por ser mujer. Ganar ese premio fue un orgullo sí, pero no cambió nada en mi vida más allá de unas líneas adicionales en mi CV artístico. Sin embargo, viendo las estadísticas del premio y las muchísimas denuncias que hay sobre el tema sé que para muchas mujeres sí es una realidad, una lucha constante para ser escuchadas. Y a ellas les digo que los premios están en otro lado. Veo creadoras y actrices venezolanas que hacen tantas cosas maravillosas y no tienen premios ni nominaciones pero sí un trabajo brillante que las respalda. Eso vale mucho más que la estatuilla de mi premio en la estantería de mi casa.

EP: El teatro es manifestación de una sociedad y su orden (o desorden) sus valores y purulencias. El patriarcado la ha signado y el camino de reivindicaciones de la mujer a través del feminismo ha ido construyéndose aceleradamente en el siglo XX, con logros significativos en términos de derechos civiles, en los últimos cincuenta años. Aún queda mucho por conseguir. Es cierto que las artes, y en especial el teatro, han tendido siempre a ir adelantados en cuanto a la práctica de igualdad o equivalencia social (interculturalidad, inclusión racial, étnica y de la mujer, diversidad sexual, entre otros) pero no se han librado totalmente de las rémoras milenarias en este sentido. En relación a una premiación como la del Marco Antonio Ettedgui, concebida para estimular a jóvenes creadoras y creadores de la escena, tiendo a pensar que no ha habido una premeditación o consciente intención de ser concedido mayoritariamente a varones, y mucho menos de excluir o relegar a la mujer. Carlos Giménez, motor creador de ese premio, era un hombre progresista no sólo de palabra sino de hechos, en su ejercicio cotidiano, y siempre tuvo –me consta– una voluntad de reivindicar el talento y el hacer de mujeres, sexodiversos, extranjeros, independientemente de su procedencia, raza, etnia o clase social. Siempre expresó  orgullo porque su proyecto (Rajatabla) que era, en este sentido, “una experiencia sociológicamente singular, importante y ejemplar para el país en cuanto a convivencia y logros desde la integración y la diversidad” (le parafraseo). En la directiva de esta institución y sus aledañas (TNT, Fundateneofestival, CDNT, TNJV, Iudet) hubo siempre una determinante presencia femenina. De hecho, a su muerte, la gestión de varios de sus iniciativas y proyectos, fueron heredados por una mujer, Pilar Romero. El género no fue óbice para la selección de elencos, equipos de producción, plantillas pedagógicas o administrativas, ni para la participación en festivales o Jurados. No creo que el Premio MAE haya sido una excepción. Desde la primera edición hubo mujeres jóvenes del teatro nominadas a hacerse con él.

KH: Yo formo parte de los 24. Que sea mujer u hombre, no cobra importancia. La esencia del artista y su compromiso y talento para obtener el galardón es lo que cuenta.

ME: Yo me siento estupenda, honrada, feliz, fui la segunda en ganármelo.

HM: Injustísimo, en mi opinión. Han estado nominadas artistas mujeres extraordinarias  que no fueron premiadas. María Fernanda Ferro o Verónica Arellano, por ejemplo, y mi lista es larga.

¿Crees que la mujer artista de la escena venezolana, en este tipo de eventos, es símbolo de invisibilidad?

EP: ¡Yo no creo tal afirmación! Ni que la mujer artista sea símbolo de invisibilidad, ni mucho menos invisible en la escena venezolana o en sus eventos. ¿Quién lo afirma y bajo cuáles argumentos y pruebas? Respetando opiniones contrarias, me atrevería a decir que por el contrario si de algo podemos estar orgullosos en el teatro nacional es que ha sido pionero en el sostenido ejercicio cotidiano de igualdad, equivalencia e inclusión de diferentes maneras y en distintos momentos históricos, en cuanto a la mujer, a los emigrantes, a los sexodiversos.

Con todas las ambigüedades, contradicciones y problemas, no pocas veces han sido grupos y salas de ensayo o representación, más bien “trincheras” de personas en condición de vulnerabilidad, muchas de éstas mujeres no conformistas, con autoconciencia y luchadoras, por cierto. Desde los inicios del teatro profesional en Venezuela, aquéllas que tenían un discurso y un proyecto y se dedicaron a ello, sin complejos, con constancia y rigor, como sus coetáneos varones.

Si no, no honraríamos la memoria de artistas como Ida Gramko, Elizabeth Schön, Juana Sujo o las hermanas Guinand, mujeres que abrieron paso a otras tan visibles y premiadas como América Alonso, Margot Antillano, Bertha Moncayo, Eva Moreno, Liliana Durán, Carmen Palma, Teresa Selma, Aura Rivas, Amalia Pérez Díaz, Doris Wells, Eva Blanco, Manola García, María Cristina Lozada, Eva Mondolfi, Mirtha Borges, Manuelita Zelwer, Clara Rosa Otero, Carlota Martínez, Elisa Lerner, Perla Vonasek, Miriam Dembo, Esther Bustamante, María Luisa Lamata, María Escalona, Pilar Romero, Lali Armengol, Isabel Hungría, Tania Sarabia, Eva Ivanyi, Esther Plaza, Martha Candia, Laura Zerra, Gisela Pérez Guzmán, Verónica Oddó, María Teresa Haiek, o más cercanas en el tiempo como Francis Rueda, Elba Escobar, Inés Muñoz Aguirre, Nelly Olivier, Xiomara Moreno, Haidee Faverola, María Fernanda Ferro, Ada Nocetti, Virginia Urdaneta, María Brito, Carlota Vivas, Lourdes Valera, Mimí Lazo, Gladys Pacheco, Angélica Escalona, Natalia Martínez, Diana Volpe, Beatriz Valdés, Aminta De Lara, Maritza Cabello, Marisol Matheus, Nirma Prieto, Julie Restifo, Citlalli Godoy, Lupe Gerembeck, Beatriz Vásquez, Indira Leal, Diana Peñalver, Marisol Martínez, Carlota Sosa, Mónica Montañes, Indira Páez, Mariozzi Carmona, Iraida Tapias, Nacarid Escalona, Martha Track, Katy Rubens, Francis Romero, Adriana Bustamante, Carmen Jiménez, Margarita Lamas, Gabriela Martínez,  Gladys Prince, Livia Méndez, Gennys Pérez, Eulalia Siso, Norma Monasterios… hasta las que actualmente consolidan propuestas como Consuelo Trum, Karin Valecillos, Rosana Hernández, Carolina Torres, Verónica Arellano, Juliana Cuervos, Carolina Leandro, Valeria Castillo, Daifra Blanco, Fedora Freitas, Ana Melo, Valentina Garrido, Jennifer Morales… por solo nombrar algunas que junto a tantas jóvenes nutren nuestro teatro.

Creo que hay que evitar ligereza en este tipo de afirmaciones porque tienden a deformar y entorpecer el acontecer creativo. Al hilo de esto, me atrevería a decir que en Venezuela, no ha sido precisamente el teatro el ámbito que más injusto ha sido con las personas de sexo femenino. Por el contrario, si algo podemos atribuir a buena parte de nuestros hombres de teatro, al menos desde los años 60’s del siglo XX para acá, es que han tenido la voluntad de trascender el machismo criollo y, desde luego, la misoginia o discriminación latentes en otros ámbitos como el industrial, el penal, el financiero… Si ha habido un espacio en Venezuela en el que la mujer con talento, determinación, rigor y perseverancia ha podido en los últimos treinta años hacer en condiciones –siempre relativas y cuestionables- de igualdad, es decir enfrentando idénticos problemas y prerrogativas que sus compañeros de sexo masculino, ha sido en el de las artes escénicas. Es necesario vernos de manera crítica y con voluntad de mejorar, denunciar la injusticias  y defectos pero también reconocer las virtudes que históricamente hemos tenido y, en este sentido, el maltrato o la invisibilidad de la mujer no es algo de lo que sea tan sencillo acusar al medio profesional del teatro, al menos en las últimas décadas.  Habrá excepciones, por supuesto. Las mujeres venezolanas que con rigor deciden dedicarse a las artes escénicas se enfrentan a los mismos problemas que sus pares varones, pero también a las mismas oportunidades. Son visibles, dentro de la modesta visibilidad que solemos tener quienes estamos en esta profesión, en su hacer y en los eventos inherentes a ese hacer. No son símbolos, están muy vivas, pletóricas, generando vida en los escenarios y, en ocasiones, también obteniendo justos reconocimientos.

KH: Creo que en este caso hay un  jurado que determina. Habría que revisar por qué el jurado ha llevado mayor inclinación hacia los masculinos.

ME: La verdad es que no lo sé. Hay un talento femenino en el teatro increíble. Creo que hay muchas mujeres que injustamente no se han ganado ese premio, que han sido y siguen siendo mujeres de teatro maravillosas. Pero también me parece hay que hombres muy talentosos merecedores de ese premio y que tampoco se lo han ganado.

HM: Yo no creo que sean símbolos de invisibilidad, sólo que se les ha tratado injustamente, sólo hay que mirar que sólo tres de ellas tiene el permio MAE.  Creo que ha sido cuestión de criterio. No sé, no tengo una buena respuesta para ello, la verdad. Igualmente creo que un premio no te hace mejor que los demás, es un reconocimiento y ya, a veces sólo alimenta el ego. Hacer ruido en escena, hacer teatro con pasión y lograr el respeto de los colegas y el aplauso del público sí que es un gran premio y en eso las mujeres nunca han sido invisibles. Tengo colegas y amigas teatreras maravillosas que nunca han necesitado un premio para saber que lo que hacen ennoblece el arte de hacer teatro.

La función social del artista: Hablan los ganadores del Premio Ettedgui I

Fotografía de archivo Rajatabla, montaje de la obra “Tu País está Feliz” (1971)

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