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Daniel Barenboim: “Delante de una sinfonía de Mozart somos todos iguales”

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Hace unas pocas horas que Daniel Barenboim llegó a Buenos Aires, pero el director orquestal y pianista nacido en Buenos Aires, que promedia sus 73 años, no acusa cansancio alguno. Al contrario, hace gala de un notable buen humor y mientras enciende su puro, resume su rutina de viaje: “Me acomodo, miro una o dos películas, y a las 2 de la mañana me duermo”.

En la habitación, un par de diarios locales, dos paquetes de yerba que esperan ser abiertos, como la caja de alfajores Havanna -la de Cachafaz, en cambio, ya muestra las huellas de haber sido atacada- que reposa sobre la mesa, le aportan argentinidad a la majestuosa arquitectura del Alvear.

“Sí, mañana empezamos a ensayar”, responde al paso, de cara a la apertura -hoy a las 17 horas, en el Teatro Colón- de una nueva edición del festival de Música y Reflexión, con un programa dedicado en su totalidad a Mozart, con sus sinfonías 39, en Mi bemol, K. 543; 40 en Sol menor, K. 550; y 41, K. 551, “Júpiter”.

Mientras, por la antesala de la habitación pasa fugazmente su esposa, la pianista rusa Elena Bashkirova, quien finalizada la entrevista acompañará hasta el lobby del hotel a su esposo que, previsor, baja con un saco de más para lucir diferente en las fotos de los dos medios con los que conversó.

Este programa con las tres últimas sinfonías de Mozart es bastante sorprendente; muy diferente a lo que ha venido haciendo en Buenos Aires con la Orquesta del West-Eastern Divan.

No se puede pretender que Mozart haya escrito sus últimas tres sinfonías como un ciclo, así como no se puede pretender que Schubert lo haya hecho con sus tres últimas sonatas para piano. Pero son tan cercanas, que sin ser una trilogía, tienen algo muy fuerte en común. Y también elementos bien distintos. Poner eso en relación me parece muy interesante.

El maestro interrumpe su exposición por un instante, y su atención hace foco en alguien que se acerca a la mesa y deja un encendedor a su alcance. “Ah, ya está”, dice, lo prueba y retoma: “Cada compositor tiene uno o dos géneros en el que se muestra más su esencia. La de Beethoven no son las sonatas para violín, ni siquiera las sinfonías, sino las sonatas para piano y los cuartetos. Ese es el diario íntimo beethoveniano. El de Mozart son los conciertos para piano y las óperas. En las óperas se ve muy claro las que pertenecen al Mozart alemán, como El rapto en el serrallo y Flauta mágica, y las que pertenecen al Mozart italiano, sobre todo las que hizo con Da Ponte. Algo de esto también se oye en su sinfonías. La sinfonía 39 es el alemán; en cambio la 40 y, en parte, laJúpiter, que es una mezcla de ambas, expresan al Mozart de Don Giovanni y Bodas de Fígaro. Por todas esas razones, y por el hecho de que haya un lenguaje armónico común tan parecido, me encanta hacerlas juntas.”

¿Al armar un programa así, piensa en satisfacer una necesidad suya, de la orquesta o del público?

Yo he dirigido muchas veces estas sinfonías, generalmente por separado. Pero a partir de cierto momento, cada vez que dirigía una de ellas, empecé a sentir que me faltaban las otras. Las tres forman una totalidad que es mucho más grande que la suma de las partes. Y la orquesta también lo siente.

Martha Argerich, dijo en una ocasión que Mozart la aterrorizaba. “La ambigüedad de la música de Mozart me da miedo”, admitió.

Como decía el pianista Artur Schnabel, el problema de Mozart es que es demasiado fácil para los niños y demasiado difícil para los adultos. Martha es muy especial; y lo digo con la mayor admiración. Martha tiene miedo de Mozart porque… cómo decirlo… tiene miedo por ese aspecto febril de su intuición. Su intuición es enorme. Acaso tenga miedo de que saber demasiado termine debilitando su intuición.

¿Se puede manejar o graduar eso?

Cada uno es diferente. Yo nunca he sentido que el conocimiento me pudiese hacer perder la fantasía o la emoción. En realidad, hay mucho en la música que es explicable. Lo único inexplicable es su inexplicabilidad. Los fenómenos del sonido son explicables, porque son hechos físicos. La música es espiritual, pero sólo se expresa por un medio físico: el sonido. El sonido es mensurable; no sé por qué hay tantos músicos que no pueden o no quieren medirlo, y buscan imágenes poéticas que no funcionan. Es como alguien que dice que tal cantante tiene una voz clara. Pero lo que es claro para usted puede ser oscuro para mí. Es la espiritualidad del sonido de la música la que le da su dimensión poética.

Tal vez las metáforas sean inevitables cuando se habla o se escribe sobre música.

Desde luego, y está muy bien. Sólo que cuando hablamos o escribimos de música, no hablamos o escribimos de música, sino de la reacción que ella produce en cada uno de nosotros. La música produce reacciones diferentes en individuos diferentes. Incluso en distintos momentos de la vida del mismo individuo.

Usted se encontró en Berlín con el presidente Macri, quien días más tarde manifestó su intención de recibir refugiados sirios. ¿Fue tema de la conversación que mantuvieron?

Sí. Pero él ya me había comentado antes esa posibilidad, al poco tiempo de haber sido electo. Me llamó para mi cumpleaños, en noviembre, me permití sacarle el tema, y me dijo que lo pondría en la agenda. Es muy importante. La Argentina tiene tres comunidades sirias: una musulmana, una cristiana y una judía. La Argentina es el mejor ejemplo de la posibilidad de identidades múltiples. Aquí no hay ningún problema en ser árabe, judío, turco o polaco; eso no existe en ningún otro país del mundo. El problema de los sirios es algo que Alemania sola, ni Europa sola, pueden abordar, y si no se resuelve va a tener un efecto atroz sobre todo el mundo. La Argentina, con su tradición de generosidad, tiene una cierta responsabilidad con eso. Y sería una manera muy clara de posicionarnos internacionalmente. Resultaría un gesto humanamente benéfico, y estratégicamente positivo para la Argentina.

Usted habla de gestos. ¿Hasta qué punto el suyo con la Orquesta del Diván resultó inspirador para otros?

Si miro la historia de la orquesta, musicalmente es un éxito enorme. Eso es lo que la convirtió en el mito que hoy es en todo el mundo. Ahora bien, la parte no musical, la parte de dar un ejemplo, es mucho más difícil. Significa un éxito para muchas personas, pero no en el grado que yo hubiera querido. Porque ni Israel, ni los palestinos, ni algunos otros países árabes quieren oír hablar de la Orquesta, ya que va en contra de toda su manera de pensar. Tanto los unos como los otros aún sueñan con que un día se van a despertar y el otro no va a existir. No soy ingenuo; no pienso que porque el domingo sesenta músicos árabe-israelíes van a tocar Mozart en el Colón, eso significará la paz en Oriente medio. Es lo contrario. Si la Orquesta toca bien, significa que ella tiene algo que no existe en la región, que no permite la colaboración y la ayuda mutua. Esto no es una utopía: la orquesta da a los músicos algo que no hay en la región, la libertad y la igualdad. Delante de una sinfonía de Mozart somos todos iguales. Nadie se siente ciudadano de segunda clase. El miedo no existe en la orquesta. En ese sentido, la música permite darles algo que sin ella no poseen, y si ese algo pudiese desarrollarse en la vida cotidiana, la situación en Medio oriente cambiaría.

Uno de sus hijos, Michael, coincide con usted en la elección de la música académica; el otro, David, en cambio optó por el hip hop ¿Mantiene con él algún tipo de conexión o intercambio en lo musical?

El hace casi dos años dejó el hip hop, pero sigue escribiendo música pop. Y recuerdo cuando él tenía unos 18 o 19 años, un día que estaba solo en casa. Una noche llegó a casa a eso de la una de la madrugada. Nos hicimos un té y le pregunté: ‘¿Cómo van tus cosas, cómo vas con el hip hop?’ Y me contestó: ‘¿Por qué me preguntás por esa música, si esa música no te interesa para nada? Me lo preguntás sólo porque soy tu hijo’. Y yo le dije: ‘Tenés absolutamente razón. Y qué tiene de malo eso. Yo no podría pasarme la vida con el hip hop. Verdaderamente, no me interesa, pero que yo me interese por lo que hacés con tu vida, no creo que tenga nada de anormal’. Así que, mi relación con él es de ese tipo.

“Trump es un payaso”

¿Qué opina de Donald Trump?

“Trump, para mí, es una continuación del italiano Berlusconi: un payaso. Lo que pasa es que los Estados Unidos es un país mucho más importante que Italia. Si los estadounidenses lo encuentran tan bien como parece ser el caso y piensan que se lo merecen y lo votan, muy bien. Pero pobre el resto de nosotros, que también formamos parte del mundo y debemos convivir con la potencia más grande del mundo. No nos merecemos esto. Tengo cada año más preguntas hacia los Estados Unidos, para no emplear palabras más duras. Empezando por el nombre: ¿qué quiere decir Estados Unidos de América? Yo también soy americano. Ya que hablan tanto de la corrección política, que empiecen por mirarse ellos mismos. No son ni siquiera Estados Unidos de Norteamérica, porque tienen México al Sur y Canadá al Norte. O sea que el nombre políticamente correcto sería: Estados Unidos del Centro de Norteamérica. Pero bueno, algo se les metió en la cabeza hace mucho tiempo y creo que esto va in crescendo.”

La programación del Festival

El programa Mozart que abre el Festival hoy en el Colón se repetirá el martes 24. El 29 y 30 de julio la Orquesta WEDO (West Eastern Divan Orchestra) dará un programa por los 100 años de Ginastera y Salgán. El domingo 31 será el turno de Martha Argerich, a dos pianos con Barenboim en las Variaciones Haydn de Brahms, Concierto Pathétique y Reminiscencias de Don Juan de Liszt, y Sonata a cuatro manos K. 497 de Mozart. El 4 y 5 de agosto Argerich tocará el Concierto N° 1 de Liszt con la WEDO, en un programa completado por obras de Jörg Widman y fragmentos de Wagner. El sábado 6 de agosto será el debut del tenor Jonas Kaufmann; la WEDO lo acompañará en las Canciones de un compañero de viaje de Gustav Mahler y el programa se completará con fragmentos de Wagner (Kaufmann volverá a presentarse para el Abono Verde del Colón el 14 de agosto). Barenboim dará además dos conciertos de cámara para el Mozarteum Argentino, 25 y 27 de julio en el Colón; al piano y en compañía de solistas de la WEDO, tocará piezas de Mozart, Schumann, Alban Berg y Chaikovski.

Fuente: Clarín

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